Los pájaros de la siesta
La primera vez me sobresalté: al entrar en el comedor de mis abuelos una bandada de gorriones levantó ruidosamente el vuelo en la habitación y salió por el ventanal abierto, mientras ellos dos permanecían dormidos en sus butacas después de comer. Sorprendente en un 5º piso de Madrid.
La vez siguiente había olvidado el suceso y de nuevo me encontré con el múltiple batir de alas: entonces me fijé que en el suelo había migas de pan, las que se le debían de caer a mi abuelo cuando cumplía el rito diario de cortar el pan para repartirlo (años atrás con dificultades y entre muchos, ahora mucho más fácil sólo entre dos). El ventanal estaba siempre abierto en verano.
Al tercer día no se me olvidó, y me asomé muy despacio. Allí estaban mis abuelos dormidos y rodeados de pájaros silenciosos comiendo por el suelo, habría por lo menos veinte. Permanecí mucho rato embobado por el espectáculo, hasta que alguno de ellos debió de advertirme y levantaron el vuelo todos a la vez, con tanta algarabía que no entendía como no despertaban a mis abuelos.
Seguí asistiendo al extraño acontecimiento durante muchos días más de aquel verano, y durante algunos veranos más hasta que mis abuelos desaparecieron, muy cerca el uno del otro. Pensaba en muchas cosas mientras les contemplaba dormidos así, tan ajenos al festín que provocaban, y una de ellas era que aquellos pájaros podían ser los sueños que los dos viejos tenían en sus siestas, y que nunca sabríamos de las añoranzas, deseos, cumplidos e incumplidos, miradas, sonrisas y suspiros que se iban finalmente volando bulliciosos por la ventana cada día.
La vez siguiente había olvidado el suceso y de nuevo me encontré con el múltiple batir de alas: entonces me fijé que en el suelo había migas de pan, las que se le debían de caer a mi abuelo cuando cumplía el rito diario de cortar el pan para repartirlo (años atrás con dificultades y entre muchos, ahora mucho más fácil sólo entre dos). El ventanal estaba siempre abierto en verano.
Al tercer día no se me olvidó, y me asomé muy despacio. Allí estaban mis abuelos dormidos y rodeados de pájaros silenciosos comiendo por el suelo, habría por lo menos veinte. Permanecí mucho rato embobado por el espectáculo, hasta que alguno de ellos debió de advertirme y levantaron el vuelo todos a la vez, con tanta algarabía que no entendía como no despertaban a mis abuelos.
Seguí asistiendo al extraño acontecimiento durante muchos días más de aquel verano, y durante algunos veranos más hasta que mis abuelos desaparecieron, muy cerca el uno del otro. Pensaba en muchas cosas mientras les contemplaba dormidos así, tan ajenos al festín que provocaban, y una de ellas era que aquellos pájaros podían ser los sueños que los dos viejos tenían en sus siestas, y que nunca sabríamos de las añoranzas, deseos, cumplidos e incumplidos, miradas, sonrisas y suspiros que se iban finalmente volando bulliciosos por la ventana cada día.
6 Comments:
Bonito relato. Curioso. Recuerdos así son los que quedan grabados para siempre.
hermoso, nos resulta raro pensar en ellos como personas que tuvieron sueños.
Nakazanius, gracias por tu visita. Ya te he comentado en su velatorio que me gusta lo que haces. Te he enlazado (si no te importa).
Siloam, ¿verdad que sí? Muchas veces son las situaciones absurdas o extrañas las más reveladoras.
Sole, muchas gracias por la visita, y la traducción (es preciosa la nana, ¿me la cantas?, ya sabes, un archivo de sonido...). Vaya post triste que nos has regalado hoy, y es bueno, muy bueno.
Vaya Vireta, qué mala suerte. De todas formas te reconozco que entre las muchas sensaciones que aquel espectáculo me producía y me produce ahora está también cierta inquietud. Después de todo, quién no ha visto "Los pájaros".
Que bonito, Rafilla.
El vuelo siempre es símbolo de libertad.
Un besazo
Gracias G. Es verdad lo del vuelo y la libertad, de hecho creo que es el de los sueños nuestro único espacio verdaderamente libre.
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