31.3.05

La mujer araña no me besó

El servicio militar obligatorio conservaba aún en 1983, abajo de Despeñaperros, el aire enrarecido y amargo de los cuarteles de antes de la transición. Imperaba el machismo más zafio, único lenguaje posible para una opresión árida y triste que ejercían de forma mecánica unos mandos que se sabían obsoletos, y lo hacían sobre soldados sacados a la fuerza de una vida civil que estaba conquistando con alegría desconocida la libertad y la modernidad. La mayoría de esos soldados acababan de salir de la adolescencia. Me acordaba a menudo de mi colegio de chicos, y pensaba que la solución a tanta sordidez estaba en que la mili fuera algún día mixta (entonces ni soñábamos con su derogación), porque las chicas sabrían convertir aquellas oscuras naves de literas rancias y taquillas oxidadas en rincones aceptables e incluso acogedores, con sus pequeños detalles de arreglo espacial y cuidado personal, allí donde los chicos sólo sabíamos sobrevivir nadando por encima de un resignado abandono físico y moral.

Se llamaba Emilio. Su dulzura y suavidad feminoides daban una rara elegancia a sus gestos y su manera de hablar a pesar de su corta educación. Era de Almería, y estaba enamorado como yo de la ciudad de nuestra prisión, Graná. Creo recordar que era fontanero. Hacia la mitad de nuestro año y pico de mili nos descubrimos en una complicidad por los libros, el cine y esa ciudad, y en una ansiedad de inteligencia en nuestra condena. Comenzamos a cultivar una amistad privada que duró hasta el último día de la mili, una amistad nocturna.

Nuestros destinos dentro del cuartel eran tan distintos, y nuestros permisos distantes, que sólo nos veíamos a la hora de dormir. Sentados en su litera o la mía charlábamos urgentemente hasta el toque de silencio, y lo alargábamos en voz baja hasta que el imaginaria nos llamaba por última vez la atención en serio. Yo le conté con pasión la aventura de Julio Cortázar y su antinovela que devoraba entonces, y él me explicaba el lirismo seudoriental de Richard Bach. Al terminar la mili nos intercambiamos con algo de solemnidad mi Rayuela y su Ilusiones.

Una noche percibió que yo estaba especialmente abatido. Me pasaba muy pocas veces, me derrumbaba y no tenía ganas de hablar, pero le aseguré que se me pasaría, que no se preocupara. Entonces él me propuso con su ancha sonrisa infantil meterse en mi cama y contarme un cuento hasta que me durmiera. Me sorprendí aceptando enseguida, sabiendo que nos metíamos en una situación que, aún considerada sólo en su apariencia, era la más denigrada y castigada en el ejército.

Empezó a contarme el cuento de la rana que se salva de ahogarse en un cubo de leche, gracias a su lucha incansable por mantenerse a flote en vez de entregarse a su desesperación, porque inesperadamente acaba convirtiendo al líquido asesino en sólida mantequilla. Tuve la extraña suerte de conocerlo entonces por primera vez. Su voz era como él suave y dulce, y llegaba como desde mis sueños. Se quedó casi toda la noche, narrando cuentos sin descansar, preguntando tras cada final "¿Te has dormido ya? ¿Te ha gustado? ¿Quieres otro?". No tuvimos ningún miedo, porque estábamos muy lejos de allí. Y no me tocó. No sé si yo lo deseaba, ni si lo deseaba él, o si lo habíamos pensado siquiera ninguno de los dos. No me habría sorprendio que lo hiciera, pero no lo hizo. Nunca hablamos de aquella noche, continuamos con nuestras apresuradas conversaciones nocturnas, e incluso logramos juntar una vez nuestros escasos permisos para pasar un día en una playa nudista de Motril. De esto último resultaron unas horribles quemaduras en las nalgas que nos sacaron literalmente la piel a tiras después, y un montón de risas.

Al cabo de algunos años, de vuelta en la ciudad con mi mujer y otros amigos me lo encontré arriba del Albaicín. De alguna manera lo esperaba, no había dejado de acordarme de él desde que habíamos llegado y me pareció hasta natural encontrármelo así de frente, con la bolsa de la compra, sonriendo. Seguía siendo la misma sonrisa suave y dulce de niño mientras me contaba que se había quedado a vivir allí desde la mili, en la ciudad de la que nos habíamos enamorado los dos. Y que Rayuela le había parecido una comedura de coco imposible de digerir.

10 Comments:

Blogger Rafa said...

A pesar de que "El beso de la mujer araña" que con tanto éxito protagonizara Willian Hurt (basada en la preciosa novela de Manuel Puig) apareció muy poco después de mi mili, en 1985, no la relacioné con mi pequeña experiencia mágica hasta muchos años después. Y todavía habrá quien no se crea que el lenguaje puede construir realidad (o defendernos de ella).

11:45 a. m.  
Blogger Ana María said...

Muy dulce tu historia y estoy de acuerdo con tu compañero Rayuela es incomible.

Un abrazo desde graná.

5:16 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Un buen relato, Rafa. Ya veo que sigues en forma. Narras en pocos párrafos una historia muy concreta, pero a la vez centras al lector en la psicología de los personajes. Además, un final anodino, como tiene que ser para mantener el sentido de la narración. Las palabras justas, el ritmo pausado, el paso del tiempo: perfecto, Rafa. Da gusto recoger del mar de internet estas botellas con tan estupendos mensajes.

11:10 p. m.  
Blogger Rafa said...

Hola maruja. Si hablas de alguien dulce te sale una historia dulce. El milagro fue aquella dulzura en medio de tanta cutrez. Rayuela no deja indiferente (como el Ulysses o La Metamorfosis), o lo adoras o lo odias. A mí me sigue pasando lo primero. Besos para ti y para mi añorada Graná.

Qué bien A., me alegro mucho de que te guste. Ya voy viendo que te interesa más mi prosa que mi verso: hazme también alguna crítica mala hombre, para que se note que no te pago (por ahora). Muchas gracias y un abrazo fuerte.

2:25 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

una historia preciosa y muy bien contada, no te imaginas cuantas cosas me has hecho recordar, ¡la mili! joerrrr.
¡gracias1

4:50 p. m.  
Blogger Rafa said...

Bienvenido ojos claros, todos tenemos un montón de "historias de la puta mili" ¿eh? Podríamos crear un blog colectivo que contara sólo historias de éstas. Gracias a ti

8:55 p. m.  
Blogger Nakazanius said...

La verdad es que da gusto leerte, Rafa.

9:56 a. m.  
Blogger Rafa said...

Gracias Nakazanius, ya sabes que me pasa lo mismo contigo. Un abrazo.

1:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Yo sí lo creo, imagino el ambiente como puedo y me resulta facil saborear las palabras, los libros (cualquiera) como si fuesen el último, el primero o el único. Como le pasaba al viejo que leía novelas de amor en la selva.
No sé si por ser mujer, pero me resulta totalmente natural, incluso el no gustarle rayuela al salir de la "carcel" (a mi me gustó).
una delicia de post. Un homenaje al eros humano (en contraposición a tanatos)
abrazos.
siloam

9:16 p. m.  
Blogger Rafa said...

Una delicia de comentario siloam. Eros y Tanatos son lo contrario y lo mismo. El viejo de la selva, si es el de Sepúlveda, escribía cartas de amor, lo que todavía va más allá en la capacidad de la palabra para (re)construir la realidad: como tú, que lees y escuchas y escribes sobre lo que lees y escuchas, en medio del planeta del dolor (que es también la metáfora del resto del planeta, y también de cada alma). Muchas gracias y un beso.

11:36 p. m.  

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