No rompas el encanto
Una calle en
cuesta del Albaicín, de noche. La gente andando en los dos sentidos, y algunos
parados de pie o sentados en los poyetes de los portales, o en el suelo. Oyes
sus voces conforme te vas cruzando con ellos, tú también andando, hacia arriba de la cuesta. El tono de las frases es coloquial.
Una pareja
joven, de la mano, se cruzan contigo andando hacia calle abajo.
Él: “En
Viena hay diez muchachas, un hombro donde solloza la muerte...”.
Ella: “Y un
bosque de palomas disecadas. Hay un fragmento de la mañana...”.
Un hombre de
pie, al grupo que está sentado: “...en el museo de la escarcha. Hay un salón
con mil ventanas.”.
Una mujer
que se asoma por la puerta, al hombre que está de pie: “¡Ay, ay, ay ,ay! Toma
este vals con la boca cerrada.”.
El hombre de
pie a la mujer de la puerta: “Este vals, este vals, este vals, este vals, de
sí, de muerte y de coñac...”.
Un poco más
arriba de la mujer ves a un hombre en el balcón, mirando hacia lo lejos: “...que
moja su cola en el mar.”.
Desde dentro
de la casa sale la voz de una mujer en la cama revuelta, al hombre del
balcón: “Te quiero, te quiero, te quiero, con la butaca y el libro muerto...”.
Al mismo
tiempo un grupo de chicos y chicas que te adelanta andando deprisa, hablando
todos a la vez por parejas y tríos, interrumpiéndose mutuamente: “...por el
melancólico pasillo, en el oscuro desván del lirio, en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga. ¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals de quebrada
cintura.”.
Delante de
ti se sientan en una mesa de una terraza retranqueada. Siguen conversando con
entusiasmo, pisándose unos a otros, hasta que les interrumpe el camarero como
preguntando lo que van a tomar.
Ellos: “En
Viena hay cuatro espejos donde juegan tu boca y los ecos. Hay una muerte para
piano que pinta de azul a los muchachos. Hay mendigos por los tejados. Hay
frescas guirnaldas de llanto.”.
El camarero:
“¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals que se muere en mis brazos.”.
Una de las
chicas del grupo, dulce y mirando fijamente al camarero: “Porque te quiero, te
quiero, amor mío, en el desván donde juegan los niños, soñando viejas luces de
Hungría por los rumores de la tarde tibia, viendo ovejas y lirios de nieve por
el silencio oscuro de tu frente.”.
La
interrumpe un bozarrón de hombre. Son dos hombres jóvenes, andan abrazados,
bebiendo de una lata, y hablan a gritos pero a cámara lenta, sus voces con
volumen pero graves y arrastradas como en una reproducción lenta de una grabación.
Su estruendo se mezcla con un ruido de fondo atonal y distorsionado. Ves los
gestos de desagrado de los de alrededor, y a varios de ellos, incluido el
camarero, llevándose el dedo a los labios pidiendo silencio, y los abrazados de
la lata alejándose con un gesto despectivo.
El camarero
vuelve a dirigirse al grupo de la mesa: “¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals del Te
quiero siempre.”.
Y en la mesa
van respondiendo de uno en uno, a modo de peticiones de consumición.
Uno: “En Viena
bailaré contigo con un disfraz que tenga cabeza de río.”
Una: “¡Mira
qué orilla tengo de jacintos!”.
Otra: “Dejaré
mi boca entre tus piernas, mi alma en fotografías y azucenas, y en las ondas
oscuras de tu andar...”.
Otro: “...quiero,
amor mío, amor mío, dejar, violín y sepulcro, las cintas del vals.”.
Zoom hacia atrás y hacia
arriba, con vista cenital de la calle y del barrio ampliándose gradualmente, y la voz de hombre en off
“No rompas el encanto” y la de mujer “Porque la noche es para todos.
Ayuntamiento de Granada”.
1 Comments:
Versión actualizada de un spot que escribí para una institución autonómica, a finales de los noventa. No se llevó a cabo porque las elecciones estaban muy cerca, y se congelaron los presupuestos. Tras las elecciones cambió el gobierno, y se cancelaron los proyectos pendientes. La ciudad no era Granada, y el poema era de Lorca pero no éste. La idea, el tono y la trama son iguales, y los eslóganes también.
Nunca se hizo ni se hará este anuncio, pero por lo menos ahora está publicado en algún sitio.
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